Debemos adorar y servir a Dios con reverencia

2020-12-07
DiosEsBueno.com

La distimia es un trastorno afectivo de carácter depresivo crónico que aunque es considerado leve, si no se trata puede agravarse y convertirse en una depresión mayor.

 

El término distimia es de origen griego y quiere decir “mal humor”. Este trastorno se suele comparar con la depresión menor y la depresión crónica debido a los síntomas que tienen en común.

 

Se especula de esta afección que es de origen genético hereditario, pero que no se presenta sino hasta estar bajo la influencia de factores psicosociales, generalmente dados en edades de la adolescencia hacia la adultez. Suele comenzar a manifestarse en la edad adulta a veces como consecuencia de un episodio depresivo aislado y está asociado a acontecimientos conflictivos.

 

Según National Institute of Mental Health (NIMH)  anualmente alrededor del cuarenta por ciento de los adultos con distimia también cumplen los criterios de depresión grave o trastorno bipolar.

 

Los enfermos tienen a menudo días o semanas en los que aseguran sentirse bien, pero durante la mayor parte del tiempo se sienten agotados y deprimidos;  todo les supone un esfuerzo y nada les satisface, aunque normalmente pueden cumplir con las demandas del medio en el que se desarrollan.

 

Actualmente la distimia afecta a un cinco por ciento de la población, es decir, una de cada veinte personas; principalmente a mujeres, pues dentro del grupo de afectados por cada varón hay dos mujeres que la padecen.

 

Los síntomas del trastorno distímico

 

Pérdida de interés por actividades placenteras

Baja autoestima

Irritabilidad

Trastornos alimenticios como inapetencia o ingesta compulsiva de alimentos.

Problemas de memoria y de concentración.

Estado de debilidad, tanto psíquica como muscular

Trastornos del sueño: insomnio o hipersomnia.

Dificultad para relacionarse


Para un diagnóstico de distimia, el paciente debe presentar un estado anímico depresivo y algunos de los síntomas de forma persistente durante por lo menos dos años en los adultos o uno en el caso de niños y adolescentes.


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