Mi marido me abandona y no saben por quien

¿Quién dijo que los cambios son buenos?

Unas semanas después mi marido perdió su trabajo. Fueron unas semanas, no duras, sino bellas. Tenemos siempre unos ahorritos, y financieramente, no nos pegó duro la falta de empleo. Yo dejaba a mi niña en la guardería, así que mi esposo y yo pasábamos la mitad del día en luna de miel. Él es un hombre, no muy “atlético”, es más, hasta está un poco panzoncito. Pero tiene unos ojos, su pelo negro, su manera de acariciar y besar…justo lo que necesita cualquier mujer. Para qué quiero un marido/amante que se comporte como actor de película pornográfica… mi marido es tierno, (o era), sensual. Es su manera de ser lo que me enamoró. Tampoco es feo. Yo estaba y estoy muy enamorada.

Aquí en la isla se abrió una tienda de ropa femenina. Específicamente ropa interior femenina, y a mi marido le llamaron para contratarlo en el departamento de contabilidad. Él es contador, obviamente, él aceptó. Yo tenía mis reservas.

― Vas a estar rodeado de viejas coscolinas― le dije.

― Ya, chica, calla. Yo no tengo ojos para ninguna otra mujer― me dijo.

Yo no me quedé tranquila.

En realidad la oficina de mi marido no estaba justo en la tienda, pero un día que me llevó a conocer las instalaciones, si me fije que las empleadas (y los empleados), casi la mayoría, eran muy jóvenes y súper bellos. Aunque algunos jovencitos se movían de forma sospechosa, que me hacía dudar de su masculinidad. Pero las chicas, ¡Ay, Dios!, eran unas modelos.

Me refiero a empleados, digamos de un nivel menor, en el área administrativa. Pero los contadores, administración y el departamento legal eran hombres todos, y solo una mujer: la jefa de todos. Para colmo, una mujer de aspecto masculino −totalmente− habla como hombre, y se viste como hombre. Ya sé que tal vez hasta lea esta carta ella, y si se entera de lo que pienso de ella, no me importa. Vieja bruja. La odio.

¡Estoy en el Infierno!

Créanme, esto es verdad: iba saliendo de las oficinas, yo sola, mi marido tuvo que atender una llamada y me baje por las escaleras equivocadas, y fui a dar no sé a dónde. Voy caminando –perdida- por un pasillo, cuando de repente me encuentro rodeada de chicas desnudas y semidesnudas.

―¡Santo Dios!, grité ¡Estoy en el Infierno!

Las chicas soltaron la carcajada…

― No Señora, estamos practicando para una pasarela, este sábado, la invitamos…

― Dios mío, ¿Pero cómo así? ¿Desnudas y con zapatos?

― Estamos practicando, señora, no se preocupe….claro que saldremos vestidas…en este momento, nos estamos cambiando de prendas…nos halló usted en el momento equivocado…

Salí de allí reprendiendo a Satanás en el nombre de Jesús. Cuando llegue a la casa le llamé a mi marido.

― ¡Jonás! ¡Que en vez de meterte en la panza de la ballena, te has metido en la misma Sodoma y Gomorra! ¡Eso es una porquería Jonás!

El habló conmigo y bromeó un poco. Cuando regresó a la casa esa tarde, hablamos más.

― Necesitas salir un poco más de esa iglesia a la que vas, amorcito. Existe el mundo exterior, y afuera de la iglesia las cosas son diferentes― me dijo.

― Si, como no, ― conteste enojada.

―Vaya trabajito que encontraste, rodeado de homosexuales y prostitutas desnudas…

El soltó la carcajada, como sólo él sabe hacerlo.

― Bueno, amorcito, te tocó mala suerte; te metiste en el lugar equivocado, y te dio la impresión equivocada, las mujeres no andan desnudas…

― Pero ¿y los homosexuales? ¿Qué me dices de eso? Esa oficina está llena de chicos homosexuales. Es más, casi todos los que vi ahí tienen esa facha. Tal vez tú eres el único que no tenga esa enfermedad del demonio…

― Mira, amorcito, no seas exagerada… Para empezar, esa no es “una enfermedad del demonio”, y además, no juzgues a nadie por cómo se viste, cómo se peina, en fin…no juzgues a nadie. Confía en la gente, confía en mí…

“Caras vemos, corazones no sabemos…”

― ¡Ay, sí!, confiar en la gente….

― Amorcito, no los juzgues por su apariencia: “Caras vemos, corazones no sabemos…”.

― ¡Ay, sí!,…caras vemos, ¡Sin calzones no sabemos!… eso si es verdad… deja ese trabajo, o lo dejas ahora o me voy de la casa…

― El soltó la carcajada de nuevo, ya sabía él que yo estaba bromeando.

― Mi amor, si me quieres asustar mejor dime: “¡Deja ese trabajo y, si no lo haces: me traigo a mi mamá a vivir en esta casa!

― Pues, créeme que lo haré si no haces algo y te sales de Sodoma y Gomorra “Secret”… ¡ja, ja,ja!…

― Me encanta tu sentido del humor ― y con un dulce beso terminó nuestra discusión.

Como les dije en un principio, mis dos primeros años de matrimonio fueron maravillosos. Luego en medio, una luna de miel que duró semanas (cuando él se quedó sin trabajo) y, después poco a poco sentí que las cosas estaban cambiando.

Nuestras relaciones íntimas siempre habían sido espectaculares. Pero poco a poco, “la temperatura” cambió.

“Tal vez sea yo…” pensé… y me di a la tarea de perder unos kilitos. No estaba así que ustedes digan gorda, gorda; pero decidí bajar de peso creyendo que, mi marido mira tantas mujeres que parecen esqueletos, y no sea que le eche la mirada a una de ellas. De hecho, bajé tanto, que me veía aún mejor que antes de casada. Me sentía orgullosa de mí misma…

Pero me empecé a sentir ofendida, primero, y luego dolida, y luego insultada y humillada, cuando mi marido, NI CUENTA SE DIO, de que yo había bajado de peso. Ni una sola palabra de mi proeza.

En este periodo él había estado viajando a los Estados Unidos. Semanas fuera de la casa. Iba y venía. Un día lo recibí en el aeropuerto, yo sola, sin la niña, con un vestido corto, escotado, mostrando mis atributos, pero sólo para él.

― ¡Guau, qué bella! – dijo él, pero ni una sola palabra sobre mi talla….

Tremendo desaire...

Es más, ese día, hasta me había comprado unas prendas… ahí en “Sodoma Secret”… (no se crean, ese no es el nombre de la tienda, yo le agregué algo), y me compré unas prenditas que una mujer cristiana se sentiría pecaminosa por vestirlas. Pero lo hice por él. Por mi amor. Yo tenía reservada una mesa en un restaurant, pero él me pidió que nos fuéramos a casa, que estaba muy cansado. Me sentí un poco enojada, pero no quise pensar en eso.

Llegamos a la casa. Yo había adornado la recamara. Cubrí la cama con cobertores bellos, y encima, pétalos de rosa. Me sentía tan romántica (y tan llena de deseo) por estar con él.

Cuando el entró al cuarto, apagó la luz y se aventó en la cama con ropa.

―Hay algo raro, en la cama… ¿serán galletas…o algo?

Se levantó a prender la luz, y fue cuando miró los pétalos y los adornos. Yo estaba llorando, porque esta vez, sí se le había acabado el romanticismo…

― ¡Chica, qué bello, qué bonito! Perdóname, venía tan cansado….que insensible, soy un bruto…perdóname― me dijo muy afligido.

Nuevamente, mi enojo se tornó en gozo. Y vaya….una de las mejores noches en nuestra relación…

De ahí en adelante los días siguieron transcurriendo normalmente. Él al trabajo, yo en la casa con la niña. Aun así, yo sentía dentro de mí que algo estaba cambiando en mi marido. Al principio, él nunca había tenido secretos para mí, pero ahora de vez en cuando, lo descubría en “secretitos”, o cosas que el “olvidaba contarme”… facturas de restaurant que mostraban dos platos, o sea que él había pagado por él y otra persona. Recibos de tienda, por detalles como cajas de chocolates, flores, regalitos variados. Y hasta una cita con un médico. Encontré copia de la receta, y busque en el “Google” la medicina: Infección... y más típicamente, infección de las vías urinarias.

Yo no estaba infectada, ni me sentía enferma. La frecuencia de nuestras relaciones había bajado un poco. Sí, él me había dicho que se sentía mal, pero no me dijo de dónde. Una como esposa trata de ser comprensiva.

Un hombro donde llorar...

Ya habían pasado casi 3 años en ese trabajo nuevo. Y yo estaba muy ocupada con mi niña, quien por primera vez asistiría al kínder. Un día él llega y me dice que le habían pedido en el trabajo que se fuera a “apoyar”, la apertura de una nueva tienda en Texas, en Estados Unidos. Estaría allá por semanas, tal vez meses. Obviamente, él vendría a casa cada fin de semana.

Yo sentí que mi corazón gritaba con el sonido de sirena de ambulancia… ¡Peligro! ¡Peligro!... pero no me quedaba otra que aceptar, le estaban pagando bastante bien, y la mayor parte de su sueldo se iba a los ahorros. Ya casi nos hacíamos millonarios, pero claro, gracias a que aprendimos a vivir modestamente. Los millonarios que viven como pobres, nos decían en la familia.

En fin, el empezó a viajar a Texas, y a otras partes de los Estados Unidos. Los primeros tres meses venía rigurosamente cada fin de semana, y a veces hasta se quedaba dos días más. Aprovechaba los días feriados. Un día nos llevó a la niña y a mí a Houston. ¡Qué felices éramos! Pero nuevamente, poco a poco, él se empezó a ausentar más. Primero, un fin de semana, por emergencia en la empresa. Luego, otro fin de semana, por apertura de nuevas tiendas, y luego dos meses enteros, por “temporada de impuestos”.

― Te está echando mentiras ― me dijo un amigo, vecino.

― Ten cuidado porque para mí, que te está echando mentiras. A esa tienda no le afecta la temporada de impuestos. Yo también soy contador. Pero no le digas que yo te dije, porque me mata. Y ya sabes, aquí estoy para servirte si necesitas un amigo, un hombro donde llorar….

― ¡Calla! Ya se para dónde vas… tú lo que quieres es ponerme en duda y ganarte mi confianza… ¡Te reprendo Satanás!

― Chica, si te vas a enojar, ¿para qué me lo cuentas? Yo pensé que tú deseabas profundizar nuestra amistad…

― ¿Cuál amistad? Tú eres mi vecino…

Te has puesto muy linda, ¿eh?

― Chica, yo pensé que era tu amigo. Anda pues, que te sigan mintiendo, yo ya no me meto. Y ya no me cuentes más.

― No, perdóname, Iván, pero no me gusta que me insinúes cosas y me eches esas miradas. Soy una mujer cristiana y además casada…o al revés…

― ¿Cuáles miradas, chica? Tú estás descompuesta del cerebro…

― Perdóname de nuevo… ¡sí!, es cierto que no me echas “miradas”…. Tal vez me las imagino…

― ¡Oye chica!, pero ya que lo mencionas, te has puesto muy linda, ¿eh?

― ¡Apártate de mí, Satanás!

Me metí a la casa, en parte divertida y en parte asustada. Primero, porque me entró la duda. Tal vez en verdad mi marido me estaría mintiendo. Y segundo, el juguetear con otro hombre hizo que mi corazón se acelerara y pensamientos inicuos - prácticamente pornográficos- llenaran mi mente. Pensamientos que me siguieron todo el día, y casi toda la noche. Fue muy difícil dejar de escuchar la voz de Iván, “Te has puesto muy linda, ¿eh?…”

Desde que baje de peso, lo había mantenido, y empecé a vestirme diferente. Mas a la altura de esas mujerzuelas que trabajaban ahí con mi marido: minifaldas, escotada, vestidos ajustados a mi cuerpo.

Un día un hombre que también tenía un hijo en el kínder donde asiste mi hija, me dio su tarjeta y me preguntó si me interesaba trabajar de “modelo”. Tomé la tarjeta, pero obviamente le dije que no… que yo era una mujer casada y cristiana, y que mis principios no me lo permitían… (Pero, por dentro, me moría por aceptar la oferta). Sería algo así como rebeldía, una aventura…me empecé a sentir atrapada, prisionera de mis limitaciones.

De soltera siempre me vestía con falda larga, y blusas largas y holgadas. “Era pecado vestirse con ropa de hombre”, nos decían (pantalones). Cuando empecé a salir con Carlos Alfredo, mi novio y hoy marido, empecé a vestirme diferente, para agradarle a él, pero nunca con ropa que mostrara partes de mi cuerpo más allá de lo cristianamente aceptable. Aun así, sentía las miradas de los hombres.

¡Casi todos son unos coquetos!

Aquí en la isla, casi todos son unos coquetos. No se meten con las mujeres cristianas, las respetan, pero si no tienes la “apariencia” de cristiana, te siguen por toda la calle con gritos y piropos. Y así me pasaba. Al ver que mi nueva manera de vestir me hacía atractiva, así me seguí vistiendo. Hasta me cambié de iglesia, ya que las hermanas me criticaban bastante, por vestirme más moderna. La verdad es que, primero por mi marido, y en segundo lugar, porque me agradaba el sentirme admirada por algunos hombres...

Desde que nos casamos hemos vivido en esta misma casa, y siempre ha vivido aquí al lado (este Iván). Él tiene mi edad. Es divorciado y vive con sus padres. Nunca he conocido a su exesposa, pero si le he visto muchas novias o amantes. La verdad es que es un hombre de la raza negra, muy atractivo. Yo ni sabía que él era contador, nunca lo he visto que trabaje. Aun así, tiene un buen auto, y siempre trae buena ropa y lleno de joyas y aretes en todo su cuerpo. Parece joyería ambulante.

Esto que les cuento a continuación sucedió exactamente hace 8 meses. Cuando mi marido regresó de uno de sus viajes, lo cuestioné acerca el porqué estaba pasando tanto tiempo fuera, y a veces hasta daba la impresión de que no quería estar en casa; aunque nunca se ha comportado grosero, ni nos ha faltado nada en lo financiero.

Él se defendió de mis preguntas. Era parte de su trabajo, y hasta me dijo que si yo quería él renunciaba y buscaba un trabajo aquí. Pero él sabía que yo diría no a eso. Le estaban pagando muy bien. Tal vez valía la pena el sacrificio, por un tiempo; y así lograr muy buenos ahorros, y tal vez después abrir algún negocio, dijo él.

― Sí, le dije, pero que no sea un negocio de vender calzones.

Él se reía a carcajadas. Pero fuera de la felicidad momentánea, ya mi espíritu estaba alarmado. El definitivamente no era el mismo hombre apasionado, había perdido todo tacto y sensibilidad.

Ya él no era el mismo

Mi marido no era la misma persona. Terminábamos nuestras relaciones y yo me quedaba con la duda de si él, o yo, nos quedábamos realmente satisfechos. Además, yo nunca antes me había sentido tan “tentada” por el pecado, ni había puesto jamás mis ojos en otros hombres, pero ahora, el “fantasear” con diferentes hombres en mi mente era algo que me hacía sentir a la vez, muy bien y bastante mal. No quería yo caer en pecados o vicios carnales, pero a veces, la soledad podía más que yo; y aunque pecaba yo conmigo misma, por dentro me sentía sucia, adultera, prostituta. Sentimiento que poco a poco fue decayendo, mi cuerpo me pedía más, y yo no sabía cómo negarme a este pecado. Pero mejor así, que caer en los brazos de otro hombre. Jamás pecaré en contra de mi marido, me decía a mí misma. Al menos no con otra persona. Mis pecados íntimos y mis pensamientos morbosos, me parecieron más aceptables que salir a buscar a un hombre y cometer un pecado infernal.

Pero un día -de repente- mi marido cambió totalmente, de un día para otro, o más bien, de un mes para otro. Se fue a Texas, regresó un mes después, totalmente diferente. Físicamente, lo veía más delgado, su rostro mostraba signos de stress y preocupación, y su trato hacia mí y la niña era totalmente diferente.

Se abstuvo de toda clase de intimidad, y me di cuenta de que visito al médico al siguiente día de su llegada. Al mismo médico de antes. Le pregunté que le pasaba y me dijo que tal vez había agarrado una infección en esos baños de aeropuerto. Me pidió que no tuviéramos contacto físico por instrucciones médicas...

Una semana después “reanudamos” nuestro matrimonio por así decirlo, pero con resultados desastrosos. Ni él ni yo nos sentimos satisfechos, contentos. Él había perdido esa dulzura masculina que me enloquecía, y él decía que se sentía estresado.

"Estoy estresado, estoy estresado..."

El seguía insistiendo en que se sentía estresado. Pero algo me quedaba muy claro, ¡clarísimo! El no tenía deseos de estar conmigo. No me tocaba como antes, es más ¡NO ME TOCABA para nada! No abrazos furtivos, caricias secretas, no jugueteos, no palabras sensuales, nada. Era otro hombre.

― ¿Qué te está pasando Carlos Alfredo? ― le pregunté.

Quería de una vez por todas obtener una respuesta. Yo había notado ligeros cambios, y los había soportado, pero esto, el llegar a su mujer y prácticamente ignorarla, ¡era el colmo!

― Estoy estresado, perdóname. No sé qué más decirte. Tal vez sea eso, me dijo.

―Algo está pasando Carlos Alfredo, algo está pasando. ¡Dímelo ahora! Esto me está afectando Carlos Alfredo, hasta mi relación con Dios está siendo afectada. Sinceramente, me estás dejando sola por mucho tiempo. Eso no es bueno para un matrimonio, y mucho menos para una mujer como yo que no puedo vivir sin un hombre… sin su marido por supuesto…

Él se quedó una semana esta vez tratando de calmar mis dudas. Se esforzó por mostrarme que me amaba y me deseaba. Pero yo lo notaba raro. Y… no, no es mi imaginación, estábamos en la cama y le pedí algo que a mí me encantaba, y yo le mire su rostro por el espejo. El hizo un gesto de repugnancia. Nunca me había hecho esa cara. Pero guarde silencio.

Él regresó a Texas, y yo me quedé en casa frustrada, llena de dudas. Le pedí que me llevara con él. “Imposible”, me contestó. No me dijo por qué, solo me dijo que era imposible...

― Ariadna, ¿ya miraste el Facebook de tu marido? – me dijo mi amiga.

― ¿El Facebook? Yo no sabía que tenía. Yo no tengo. No sabía que él tenía. ¿Por qué?

― ¡Ven a mi casa, chica! Tráete un vasito de agua con azúcar para los sustos, lo que verás no te va a gustar para nada. Ven…

Me puse un short, y una camiseta, y atravesé la calle corriendo. No estaba preparada para eso que estaba a punto de descubrir.

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ESTA HISTORIA CONTINUARA...

Les voy a contar dos grandes secretos...

¡Bendiciones mis hermanitos!

Pues aquí yo de nuevo, Ariadna. Pues es verdad que no me atrevía a decir la verdadera razón por la cual he estado pidiendo oración y consejería. Sí, es cierto que uno tiene que sacar la raíz desde el fondo y… sí, lo quiero hacer, y pues la verdad es esta:

Sí, he tenido problemas con mi marido en los últimos dos años después de siete años de matrimonio. Los primeros dos años de casados fueron maravillosos. El siempre muy cariñoso, atento, limpio, pulcro, educado, respetuoso. Me abría la puerta del auto, me hacía el desayuno, hasta me lavaba la ropa a veces. Cuando el descansaba los fines de semana, pues en realidad no era descanso porque él me ayudaba con todas las tareas del hogar.

Yo les tengo a ustedes dos secretos muy grandes: el primero, que no les había dicho la raíz de los problemas con mi marido, y el segundo… más tarde se lo cuento. Pero como les iba diciendo, mis primeros años de matrimonio fueron algo bello.

Mis amigas me envidiaban. Un día tuve que correr de la casa a una suelta coscolina, prima de una de mis amigas, quien ya había estado coqueteando con mi marido; y ese día, aprovechando que yo estaba en la congregación en una reunión de mujeres, la muy coqueta fue a mi casa, que dizque a pedirle consejo a mi esposo para su matrimonio de ella. Yo me di cuenta porque mi vecina de enfrente es mi hermana en la carne y ella me mandó un texto que decía: “Karla, ahí entro en tu casa una mulata despampanante, parece bailarina a domicilio….”.

¡Cristo!, grité yo…. Salí corriendo de la reunión y, ¡era verdad!, ahí estaba muy sentadita en la sala, de pierna cruzada, con una minifalda y mostrando todo lo que podía, mientras mi marido le preparaba “una tacita de café”.

― Yo nunca te seria infiel con una mujer…― me dijo mi marido…

― ¡Ah, idiota! ¿Y con un hombre, sí? – le pregunté enojada…

El me miró con sus ojazos negros enigmáticos que tiene. Bueno… pues corrí de mi casa a la mulata, y me sentí contenta de que Dios haya impedido este obstáculo en mi matrimonio. Según la mulata, solo había ido por consejo, pero yo como mujer siento que ella quería otra cosa. Pero a mi esposo lo sentí muy sincero y eso me agradaba.

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