2020-11-21

Cuando nos preguntan: ¿Cómo estás? la verdadera respuesta muchas veces es: deprimido.

El estrés y la depresión se han convertido en un estado emocional normal de esta nueva era. A pesar de que hoy en día podemos disfrutar de una mejor calidad de vida, los estándares y la competencia por alcanzar los logros deseados son cada vez más altos. 

Si ponemos nuestra felicidad en nuestro entorno y nos moldeamos de acuerdo al mismo, nunca conseguiremos estar en calma. No podemos permitir que aquello que nos rodea domine nuestras perspectivas y manera de asimilar las cosas. Nosotros decidimos estar bien o estar mal. 

Alterarnos o debilitarnos ante las situaciones que sufrimos a diario es  normal como seres humanos. No tenemos el control de lo que ocurre a nuestro alrededor, pero si podemos esforzarnos en controlarnos a nosotros siendo dirigidos por la Palabra.

“Gran remedio es el corazón alegre, pero el ánimo decaído seca los huesos”. Proverbios 17:22

En ocasiones podemos confundir nuestra personalidad con el estado de ánimo que manifestamos. Una clara diferencia entre ellas  es que la personalidad es la forma en que percibimos e interpretamos lo que está pasando, a través de nuestros pensamientos, actitudes o lo que estamos sintiendo. En cambio el estado de ánimo de una persona es la forma en que permanece, si siempre esta feliz, molesto, tranquilo o triste.


La personalidad domina el estado de ánimo. Si tiendes a fijar tu mirada en los compromisos, en el estrés o te dejas conducir por lo que pasa a tu alrededor vas a manifestar un estado de ánimo negativo. No te dejes controlar por cualquier cosa, lo que sientes debe ir acompañado del razonamiento. 

En la Biblia encontramos la historia de Jonás, un profeta conocido por no querer asumir la responsabilidad de predicar. Pero hay algo detrás de  Jonás, eso que lo hacía negarse a anunciar la Palabra de Dios era la mala percepción que tenía de los habitantes de Nínive. No pensaba que ellos también podían ser salvos.  La percepción errada de Jonás lo llevó a ganarse el título de: ”Jonás, el profeta desobediente”.

¿La percepción que tienes de las cosas, te llevan a ganarte el título de depresivo? 

Si estás listo para cambiar la percepción de tu entorno y a empezar a ver el mundo a través de la luz de la Palabra, recibe la corrección de tu Señor con amor. Él no quiere  verte en depresión, así que levántate con el poder del Evangelio. ¡Despierta! Ármate de valor y cúbrete con el poder de las Sagradas Escrituras. 

 Mi escudo es mi fe.

“Además de todo esto, tomen el escudo de la fe, con el cual pueden apagar todas las flechas encendidas del maligno. Tomen el casco de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”. Efesios 6: 16-17

Ante situaciones de dificultad que te amenazan: Cúbrete con el escudo de la fe! 

Tu forma de razonar no puede ser la misma que la de los demás que no conocen de Cristo. Tu Dios te acompaña en todo momento. Tu salvación está segura en Cristo. Tienes la Palabra de verdad que te instruye día a día. Tienes al Espíritu de Dios que no permite que caigas.  ¿Qué más te hace falta? … Por supuesto,… te hace falta negarte a ti mismo y aceptar la voluntad del Padre.



Acepta la corrección.

“Escucha el consejo y acepta la corrección, y llegarás a ser sabio. El corazón humano genera muchos proyectos, pero al final prevalecen los designios del Señor”. Proverbios 19: 20-21

Nunca es fácil admitir que estamos mal. Decir “me equivoqué” es cosa de valientes. Somos débiles de espíritu, esa es nuestra realidad, necesitamos más de Cristo.

Conocer lo que Él quiere de nosotros y discernir con sabiduría Su Palabra. Esto solo lo podemos hacer si vivimos en el Espíritu Santo, no podemos darle lugar a las obras de la carne que nos carcomen día a día. “Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu”. Gálatas 5:25
   
Analiza tus emociones y sentimientos.

Detenerse a analizar lo que sentimos y cómo nos expresamos nos ayudará a comprendernos mejor a nosotros mismos. Algunas emociones o alteraciones de nuestro estado pueden ser producto de una molestia, la cual no podemos solucionar.

A veces nos alteramos o nos sentimos demasiado heridos por algo que pasa, y es difícil ignorarlo. No comprender la raíz de nuestra aflicción hace más difícil la disciplina. 


Ora a Dios y pídele que te ayude a comprender que te pasa y te fortalezca en ello.
“Porque la luz es lo que hace que todo sea visible. Por eso se dice: «Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y te alumbrará Cristo»”. Efesios 5: 14

Reconoce que Cristo es tu salvador.

 “Oí una potente voz que provenía del trono y decía: «¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios.  Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir»”. Apocalipsis 21: 3-4

Deja que Cristo limpie las lágrimas de tus mejillas, déjate ser renovado por el poder de la cruz. Dios te ama y desea que vayas a Él, te quiere tener cerca. Reconoce que no puedes por ti mismo, por lo que puedes llegar a comprender qué te hace sentir mal. Es más, puedes ejercitar  tu corazón a no ser tan vulnerable a la depresión. Pero el único que puede darle sentido a tu vida y transformarte en una nueva criatura, se llama Cristo. 

 
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