A Ricardo se lo cuentearon

La propuesta

Ya medio borracho, el paisano por enésima vez lo invitó a seguirlo hasta Phoenix, lugar donde él era propietario de una compañía de publicidad.

—Me faltan vendedores. Tengo trabajo para un gerente: vente conmigo y te pagaré $1000 dólares a la semana.

Y dicho y hecho, Ricardo arregló unos pendientes, pidió unos dólares prestados y días después se trepó en un autobús que lo llevó desde Guaymas a Nogales; y luego hasta Tucson, Arizona. Pero… ¡Oh, destino traidor y la falta de planeación! Llegando a Tucson, se quedó sin dinero; lo cual no sería problema según su percepción, ya que con un telefonazo al paisano empresario de Phoenix, todo quedaría arreglado.

Comienza la odisea de Ricardo

Así sería, sino fuera porque el paisano nunca contestó el teléfono y, después de gastar $4 dólares en monedas en un teléfono público y, después de dejar más de 5 recados -y es que no cupieron más- a Ricardo no le quedó otra más que quedarse a esperar a ver si el paisano venía desde Phoenix hasta Tucson, a recogerlo en la central de Tufesa.

Pasaron las horas, a las que se sumaron el hambre y luego el cansancio: al final el sueño. Ricardo tan platicador y tan orgulloso, ya le había contado a medio mundo, a viajeros y empleados de la central, acerca de su pequeño viacrucis y de su soledad. Pero sobre todo del hambre, el hambre enloquecedora que estaba sintiendo, y la cual era muy difícil de mitigar con los $7 dólares que le quedaban; sin correr el riesgo de quedarse sin capital para invertir en su lucha por alcanzar el sueño americano.

¿Qué pasará con Ricardo?

Al otro día el primer saludo que recibió fue el del hambre. Pero ya en realidad no sabía qué hacer. Intentó llamar al paisano de nuevo. No hubo respuesta. Espero dos horas, llamó de nuevo y nada.

Sentado en una de las sillas de la central camionera, poniéndose ambas manos en la cabeza, con miedo, ¿qué miedo? ¡PÁNICO!

En Tucson no conocía a nadie. No le quedaba mucho dinero. Se podía regresar con ese dinero hasta Nogales, Sonora; pero ese no era el chiste, ¿qué historia hubiera yo escrito para ustedes lectores, si Ricardo no se hubiera atrevido a quedarse en Tucson a buscar chamba?

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Una idea iluminó sus enrojecidos ojos

De repente, una idea le iluminó sus enrojecidos ojos, ¿qué hiciéramos los humanos si no existiera la tecnología? Le pidió prestada una computadora a una de las empleadas para mandar un correo electrónico a su amiga Chuyita, de Guaymas:

“… Querida amiga:

Mi situación es pésima, no tengo dinero, no sé qué hacer ni a dónde ir; y no sé si tal vez tú conozcas a alguien en esta ciudad para mí desconocida.

Ayúdame, por favor.

Con cariño (y mucha hambre), tu amigo de siempre,

Ricardo”.

Y fue así como lo conocí. Chuyita me llamó y me habló de su amigo que estaba sufriendo, pero como ella dijo: Él es muy terco y no se da por vencido.

Me dio santo y seña de dónde lo podía encontrar y hasta de cómo andaba vestido. Para esto, cuando pude al fin encontrarme con Ricardo, él ya estaba acomodado en un albergue para desvalidos (¡qué gacho se oye el nombrecito! pero así se les llama) donde les proveen un lugar medio limpio donde dormir y algo de comida, con la condición de que tienen que encontrar trabajo. Si después de cierto número de días, no presentan los albergados, al menos una carta de trabajo, entonces tienen que buscar otro sitio donde quedarse.

Ricardo llega al final de su recorrido emocional

Ricardo me contó su historia y como -hasta la fecha y después de varios días- el famoso paisanito borracho y glotón (el que lo invitó a venir), no había contestado el teléfono.

Yo no tenía manera de darle trabajo a Ricardo, pero si lo pude recomendar con unos amigos, de los cuales, uno de ellos le llamó para que le ayudara a pintar un negocio que estaban abriendo. Era el único trabajo que mi amigo tenía disponible.

Después de eso, Ricardo recorrió 10 empleos diferentes en menos de 7 días. Cada uno peor que el otro y más mal pagado. Hasta llegar al punto final de su recorrido emocional: donde un gringo lo hizo trabajar a él y a otro inquilino del albergue, por más de 14 horas para después llevarlos a un restaurante a cenar, disculpándose antes de pagar la cuenta para ir al “cajero” a sacar dinero para la cena y para el sueldo de los muchachos; saliendo después por la puerta de cristal, la misma por donde Ricardo y su compañero lo vieron alejarse en su auto del año… para no regresar jamás.

Me regreso, no aguanto más

Trabajados y cansados, sin dinero y aquel bendito los dejó con la bronca de la cuenta de la cena. Como pudieron se escabulleron y una vez puestos los pies fuera del restaurante, corrieron lo más rápido que pudieron sin voltear hacia atrás.

Esa noche Ricardo tuvo pesadillas, fiebre, hambre y pánico. Al otro día me llamó y, luego, entendí la valentía en el tono de su voz: “—Amigo – me dijo, no te estoy pidiendo limosna, ayúdame con unos cuantos dólares para poder regresarme a mi país. Ya me cansé de esta tierra. Jamás había yo sufrido hambre, ni discriminaciones, ni tan siquiera robos. Y aquí -en unos días- ya fui limosnero, esclavo, víctima y hasta ladrón (por salir corriendo del restaurante sin pagar). Ya me cansé Alberto, ¡ya me cansé!… por favor, préstame unos 60 dólares y te juro que un día te los voy a pagar”.

Adiós al sueño americano

La verdad es que Ricardo, no me agarraba en mi mejor época financiera, pero se me hizo un nudo en la garganta y entendí que sería yo un estúpido y cobarde, si yo me hubiese negado a esa petición. Cuando le di el dinero le dije claramente que no me debía nada, pero en realidad yo no quiero aparecer como el héroe de esta historia. En verdad, el héroe es Ricardo, que se atrevió a luchar por un destello de sueño americano sin tener ninguna arma en su mano: a puño limpio.

El problema es que: hay en este momento aquí en Tucson, muchos Ricardos, que se vienen a este país con la falsa promesa de un trabajo, un futuro mejor y, lo que encuentran es un infierno. Como dijo Ricardo, es mejor estar sin dinero y sin trabajo, pero en tu tierra, en tu país, rodeado de gente que bien o mal te conocen, que en una ciudad donde ni tan siquiera tienes una identidad legal. Todos los empleadores de Ricardo se aprovecharon de él, por la falta de documentos legales para trabajar, le pagaron “una baba” por sueldo, en condiciones de trabajo deplorables.

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La verdad sobre el "amigazo" de Ricardo

Amigo, amiga, a Ricardo se lo cuentearon. Tiempo después recibí un correo de él donde me contó el destino del famoso paisano que le ofreció aquel jugoso trabajo. Días después de que el paisano agotó hasta su último dólar en Guaymas, llenando su barriga de mariscos y cerveza, regresó a Phoenix y tuvo que cerrar su empresa y declararse en bancarrota. Jamás tuvo en realidad la capacidad de ofrecer un trabajo a Ricardo. Todo era pura lengua. Mucha de nuestra gente en México, se cree las historias chinas que sus parientes llegan contando. Que en el otro lado les va muy bien, que cambian de carro cada año, que ya son dueños de 10 casas.

La verdad y aunque usted no lo crea, en estos días, sinceramente, ya no existe el sueño americano. Ya los bancos les quitaron el carro del año a aquellos que los presumían; y algunos que tenían muchas casas, ahora viven en albergues.

Si a usted, mi lector hispano, alguien lo invita a venir a Estados Unidos a alcanzar el sueño americano, piénselo dos veces, acuérdese de Ricardo.

Escrito por Hermes Alberto Carvajal

Recuérdalo, todos los días, una palabra de fortaleza para ti.

El viacrucis de un hispano por alcanzar el sueño americano

Por Hermes Alberto Carvajal Google

Llegó con unos cuantos dólares en el bolsillo, pero con mucho ánimo. Un paisano mexicano, residente en la ciudad de Phoenix, le había prometido a Ricardo el cielo y las estrellas, incluyendo una gringa guapa y un trabajo seguro, con un sueldo impresionante. Ya con esas promesas, nada lo podía detener.

Ricardo llenó su mochila con sus efectos personales, algo de ropa, fotos de su hija y un libro acerca de Dios, que su madre le metió a escondidas.

—Allá en el otro lado barremos el dinero con escoba de tamaño industrial, mi Ricardito— le decía el paisano, a la vez que se terminaba el doceavo six-pack y engullía el último camarón de la mariscada.

<<Le sobra el dinero>> , se decía a sí mismo Ricardo.

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