Soldado sorprende a su hijo durante un partido de básquetbol VIDEO

2020-12-07

Mucho se habla del rey David, un gran guerrero, tuvo un excelente reinado, amado por el pueblo, pero sobre todo de gran corazón y por eso Dios lo amaba tanto. David, no era perfecto, era un pecador al igual que nosotros, hizo cosas horribles. Pero los deseos y la atención de David estaban puestas en la voluntad de Dios, lo único que de verdad deseaba David era el amor de su Señor.

Dios no mira nuestros aspectos físicos, el no mira como hombre, Él mira nuestros corazones ( 1 Samuel 16:7).


Orar como David, es orar de corazón 

Al estudiar el Salmo 86 titulado “Oración de David”, podemos examinar cómo David desborda un corazón devoto, que ama a su Señor. Cada una de sus palabras vienen de un corazón arrepentido, de un hombre imperfecto que busca en Dios la perfección. La maravillosa forma en que David se acercaba a los pies de su creador era esta:

Arrepentimiento.

“Compadécete, Señor, de mí, porque a ti clamo todo el día. Reconforta el espíritu de tu siervo, porque a ti, Señor, elevo mi alma”. Salmos 86:3-4
David reconocía que necesitaba el perdón de Dios, era imperfecto, pero postraba su alma ante el trono. Solo el inmerecido perdón de Dios podía hacer que David se levantara de su angustia.

Elevar el alma hacia Dios es más que una alabanza, es llevar toda tu esencia, todo tu ser al trono celestial para que sea renovado y cambiado para la gloria de Dios.

Reconocer el poder de Dios. 

“No hay, Señor, entre los dioses otro como tú, ni hay obras semejantes a las tuyas. Todas las naciones que has creado vendrán, Señor, y ante ti se postrarán y glorificarán tu nombre. Porque tú eres grande y haces maravillas; ¡solo tú eres Dios!” Salmos 86: 8-10

El gran Dios de Israel es más grande que toda deidad existente. No estamos hablando de un Dios que hacemos nosotros mismos con nuestras manos y recursos naturales. Estamos hablando del Dios que hizo los cielos y la tierra, y eso David lo sabía muy bien.



Pedir dirección.

“Instrúyeme, Señor, en tu camino para conducirme con fidelidad. Dame integridad de corazón para temer tu nombre”. Salmos 86:11
Cuando oramos solemos pensar que sabemos que es lo mejor para nosotros diciendo: Señor dame, Señor quiero..., Señor ayúdame a hacer esto o lo otro; y no nos detenemos a

preguntarnos qué quiere Dios de nuestras vidas o que dice el Señor que es mejor para nosotros.
Nuestras oraciones no pueden estar centradas en nuestros placeres. Debemos orar pidiendo la voluntad de Dios, no que la voluntad de Dios sea cambiada, que ésta sea establecida y podamos entenderla.

David le pedía a Dios que lo moldeara de acuerdo a Su voluntad, que le ayudará a  comprender quién es Dios y que le respetara, pedía que le diera un corazón que sólo conociera lo bueno ante los ojos de Dios. Y David estaba dispuesto a ser instruido, no eran palabras de la boca, eran palabras que venían de lo más profundo de su ser. 

Desear vivir en el Espíritu.

“Vuélvete hacia mí, y tenme compasión; concédele tu fuerza a este siervo tuyo. ¡Salva a tu hijo fiel!” Salmos 86:16
¿Cuál es esa fuerza que David le pedía a Dios? ¿Su omnipotencia? ¿Su omnipresencia para huir de sus enemigos? No...  David suplicaba el poder del Espíritu Santo en su vida, ese poder que por el amor de Cristo recibimos, fuimos sellados con el Espíritu de Dios. 

David deseaba la fuerza del Espíritu Santo, en la que podemos encontrar amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad (Gálatas 5:22). Él sabía que la tranquilidad de su corazón solo podía venir de su Padre y por eso anhelaba la presencia de Dios no solo en su vida, también en su interior.  

 
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