2022-02-18

Panchito es un niño huérfano de padre y madre. Ambos murieron en un accidente automovilístico  y, Panchito, quien también iba con ellos, justo 3 días antes de cumplir 5 años, quedó herido, pero se recuperó rápido. Su tía Adriana nos platica que lo más horrible que ha tenido que enfrentar en su vida, no fue  ni su propio divorcio, ni sus problemas financieros, sino decirle al niño la verdad: que sus padres ya no iban  a regresar. Habían esperado a decirle hasta hoy, que el niño estaba rodeado de un ambiente más familiar para él, y no en un frío cuarto de hospital.

— Tus papás se fueron a vivir con Diosito, porque se golpearon mucho en el accidente y,  ya no podían estar aquí…

Eso fue lo que Adriana alcanzó a decirle. Nadie más se atrevió a hacerlo, y ella era la pariente más cercana en todos los sentidos. Casi su segunda madre. El llanto le ganó, pero pareciera como si Panchito comprendiera... 

— ¿Se murieron o qué? — preguntó Panchito.

La pregunta sacudió a todos los que estaban escuchando afuera de la habitación. Y el niño en su inocencia empezó a relatar todo lo que vivió y vio el día del accidente. Adriana no estaba segura de si el niño recordaba o no, por los golpes y las medicinas.

— Yo “creíba” que mi mamita se murió porque le vi sangre en la cara y se la llevó la cruz roja— dijo Panchito.

A su papá no lo mencionó en ese momento. Después preguntó por él, como si no se acordara lo que horas antes habían platicado. Esa tarde fue muy triste, la primera que pasaba el niño en casa de Adriana después de salir del hospital. Unos parientes del papá de Panchito llegaron a verlo, venían desde  otro país y le trajeron regalos, juguetes y un muñeco de peluche.  Al llegar la noche pareciera que el niño se hubiese olvidado totalmente de la noticia de la que se acababa de enterar.

— Cuando llegue mi papá le voy a enseñar el osito. ¿A qué horas va a llegar mi papá?— preguntó el niño con esa inocencia que le parte el alma a uno.

—… Anda déjame llevarte a la cama, dijo el doctor que no anduvieras brincando porque te puedes lastimar. Uno de los jóvenes  se ofreció a cargarlo y con la ayuda de Adriana lo pusieron en su cama. Adriana le dio un beso y lo abrazó.

—  ¿No vamos a hablar con Diosito, tía Adri? Dijo el niño insistentemente.

—  Sí, sí, claro... — Adriana no era una mujer muy religiosa. Se acababa de divorciar y, por los tantos problemas que tenía, según ella: “Estaba enojada con Dios”. Pero… ¿Cómo le podía negar esto al niño?

— Empieza tu tía… — Dijo Panchito.

— Sí, bebé, sí… Jesucristo te venimos a rogar que…

— ¡Así noooo! — dijo alarmado el niño.

— ¡Ay, Panchito! Pues empieza tú, yo creo que me vas a tener que enseñar— dijo la tía resignada.

— Tienes que decir el Salmo primero tíaaaa… — le decía Panchito impaciente.

— Vamos a decirlo juntos, ¿cómo empieza? No me acuerdo… — decía la tía mientras lo miraba como si estuviera perdida.

— Es el Salmodel Señor es mi pastortía…— le dijo el niño pacientemente.

— ¡Ah… sí! El de las vaquitas que comen pasto verde… — recordó la tía.

— ¡No, tíaaaa! Son ovejitas… — le dijo Panchito indignado.

— ¡Ah… pues… sí! ¡Qué burra soy! Jesucristo no era pastor de vacas… — Dijo Adriana pensativa.

— ¡No, era Jesús! Tía  era el rey Daviiiiiid…. — Le contestó Panchito con paciencia de niño.

— ¿Oh…  qué tú? Ya hasta teólogo me saliste… anda, empieza, que no me acuerdo…en los pastos verdes… — Le decía la tía algo apurada.

— ¡No, tíaaaaa! Así mira…El Señor es mi pastor … — le dijo el niño con la intención de instruirla.

Sólo recitaron 2 o 3 versículos, ella no se acordaba de ninguno y, Panchito apenas se sabía las palabras en el orden correcto. Después de eso, el niño pidió a Dios por su Tía Adriana, por su perro, el “doggy”, por su papá y su mamá,… Y Adriana una vez más ya no podía contener el llanto.

— Ya  Panchito…. ya duérmete…— le dijo Adriana con un nudo en la garganta.

Al disponerse a salir, Panchito gritó y le preguntó:

—  Tía, otra vez se te olvidó algo… — le dijo Panchito desconcertado.

—  Pues… ¿qué se me olvidó? Es que ya no me acuerdo… — le contestó la tía algo contrariada.

—  Pues mi mamá dice que tenemos que decirle a Diosito todos los días que lo queremos mucho… — le dijo el niño.

— ¡Ah… sí, claro! Se lo decimos: “te queremos mucho, Señor”…. Bueno… Panchito a dormir… — dijo la tía con voz decida.

Nuevamente, al tratar de salir, Panchito alza su voz  y le dice:

— ¡Tía!  Así no eraaaaa…. — Panchito le insistió.

— ¡Bueno, pues, Panchito! ¿Cómo hay que hacerlo?…No sé…— esta vez la tía Adriana estaba más contrariada.

— Pues… como dice mi mamááá: … “hay que gritarle (y abriendo sus brazos) con todas tus fuerzas y decirle:¡TE QUIERO MUCHO  JESÚS!”

Dice Adriana que nunca en su vida había sentido tan real a Dios como esa noche. Pasó horas en su habitación meditando acerca de su propia vida, y cómo el olvidarse de Dios fue en parte lo que hizo que su matrimonio se derrumbara. Cuando sacas a Dios de tu vida pierdes la perspectiva de las cosas más importantes: el dinero, el trabajo, la casa o el auto no lo son. Lo más importante es la familia y, en primer lugar, obviamente: Dios.

Instruye a tus niños, háblales de Jesús, muéstrales versículos de la palabra de Dios, y de nuevo: casa, auto, dinero, no son la mejor herencia que les puedes dejar. La mejor herencia es el  verdadero conocimiento de Dios.

Recopilado y editado por Hermes Alberto Carvajal

Recuérdalo, todos los días, una palabra de fortaleza para ti.

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Entrevista a Lizzie Velázquez

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