En ese momento pararon por completo los balazos. Silencio total. Se escuchaba una sirena de  policía a lo lejos. Luego otra. De pronto, escuché un ruido de vehículos que se acercaban. Luego puertas que se abren, voces de hombres, cada

vez se acercan más. Otro balazo, silencio; las voces de los hombres de nuevo.

Yo no sabía que hacer. Obviamente estaba herido, pero estaba vivo. ¿Quiénes eran los que se acercaban? Tal vez pasaron unos 15 minutos, cuando al fin oí una de las voces muy cerca de mí, a unos pasos. Las sirenas de la policía también, ya estaba a unos metros.

Si me matan, que me maten ― dije, y acto seguido me moví hacia a un lado y estire las piernas.
― ¡Este está vivo! ― dijo uno de los hombres – ¡Mira!…
― A ver, deja que vengan los “Chotas” y lo revisen, tú no metas las manos ― le dijo al otro hombre.

Unos minutos después, sentí que alguien se inclinaba junto a mí.

― ¿Estás vivo amigo? Preguntó el hombre.

Trate de gritar, no pude y solo moví la cabeza. El hombre me rompió la atadura de las manos primero, y luego, con una navaja corto la cinta que llevaba en la cabeza. Cuando me la arrancó de repente, se llevó el poco pelo que quedaba.

Estás muy herido, amigo. Se me hace que no sobrevives ― con un fuerte silbido llamó a un hombre, y cuando se acercó vi que vestía un uniforme de la cruz roja.
―  Aquí está este vivo, pero muy mal herido ― dijo el hombre de uniforme de la cruz roja.
―  Déjame revisarlo ― dijo el “enfermero” ― ¿me oyes bien compa? ― dijo dirigiéndose a mí.
―  ¿Cómo te llamas? Preguntó el enfermero.
― Ignacio, me dicen Don Nacho ― Al fin pude decir algo.
― ¿El del merendero (restaurant)?  ¿Qué pasó, don Nachito?  Hay que llevarlo al hospital, usted está muy mal ― dijo preocupado el enfermero.

― Pero, ¿mal de qué? Yo no siento nada ― le dije un poco enojado.
― No, don Nacho, usted ya está más pa’llá que pa’cá ― diciendo esto me paso un trapo por la cabeza, luego me volteo y me revisó la espalda.

SOLTÓ UNA CARCAJADA CÓMICA Y MEDIO MACABRA

― ¡Ah, qué don Nacho! Usted no tiene nada, ni un rasguño. Está lleno de pura “cuacha”.

No supe más que hacer más que reír con la expresión del hombre. Yo no me acordaba de él, pero después de todo esta ciudad no es tan grande. De seguro él ya me conocía.

Resultó que mi cabeza y mi espalda estaban totalmente impregnados de la sangre y otros restos corporales de los que venían conmigo. La sangre caliente que sentí correr no era la mía. Los golpes que sentí en mi cabeza y mi costado eran pedazos de vidrio o de metal. Después de revisarme bien, sí me encontró una herida en la cabeza; pero muy leve, aparentemente no era de bala.

― ¿Quiénes son? ― le pregunte señalando a las siluetas que en la obscuridad veía.
― Son los soldados ― me contestó. ― Venían siguiendo a unos “locos”, y ahí en la calle Reforma los alcanzaron y mire, le salvaron la vida don Nacho, porque a mí se me hace que a usted  ya se lo iban a “echar”  (matar) los narcos…

Sí, ya me iban a matar, pero Jesucristo tuvo a bien salvarme la vida. FUI UN INGRATO. TODA MI VIDA LE FUI INFIEL A DIOS, jamás me acorde de ÉL.

Pero ahora en estas tierras lejanas donde ni siquiera hablan mi idioma, de aquí veré la manera de como le puedo servir a DIOS, y que mi testimonio les sirva a muchos para reconciliarse con Dios ahora, y no esperarse hasta el día en que tengan que enfrentar la muerte.

FIN

More from Beliefnet and our partners
Close Ad