No le dije nada a mi esposa. De hecho, nunca le comente que me sentía preocupado. El día pasó sin más sobresaltos. Algo así como a las 6 de la tarde, estaba atendiendo unos clientes, cuando vi que se pararon afuera del negocio dos camionetas.

No obstante, era algo típico, ya sabía yo quienes eran.

Entraron, corriendo, sin mascara ni nada, pero cada uno con su cuerno de chivo. Sentí que algo caliente me corría por las piernas. Así es, así mismo como lo leen, allí me orine del terror. En cuestión de segundos yo esperaba que sonaran los balazos. Me quede inmóvil. Los clientes pusieron la cabeza sobre la mesa y se cubrieron con los brazos, mi esposa echó a correr para donde yo estaba.
Uno de los hombres la aventó al suelo…

― Usted se queda doña, y usted se viene con nosotros TATA…― me ordenaron.

Prácticamente me levantaron de la camisa, arrastrándome, o en el aire; como sea me subieron a la camioneta. Allí había tres hombres adelante, y los tres que habían entrado al restaurant se fueron conmigo en la tercera fila de asientos.

Ninguno se me hizo conocido. Del terror, no escuche lo que hablaban. Uno de ellos me empujo de la nunca hacia abajo, forzándome a meter la cabeza entre las piernas. El otro me jaló los brazos hacia atrás y me ató con algo de plástico. Luego, me puso una tela o bolsa de tela en la cara, y me la sujeto con una cinta gruesa; con la cinta me cubrió los ojos, la boja, la nariz. Me estaba asfixiando. El hombre metió sus dedos por debajo de la cinta y la jaló de tal manera que me dejara espacio para respirar.

― Órale, no se me muera, todavía no TATA, todavía no… aquí no, ¡Chale con used! …― dijo el rufián.

Los otros hombres hablaban entre ellos, pero la cinta no me permitía escuchar bien. Sí alcancé a escuchar algo, creo que hablaban puras groserías, y se gritaban entre sí, y más groserías… Fue ahí donde me acorde de Cristo, ya hasta creí que yo estaba muerto; pensé en El, y fue tan real como si lo viera cara a cara.

Me acordé cuando mi papá nos llevaba arrastrando a la iglesia. Me acordé de canciones que cantábamos y vinieron a mi mente esos cantos cortitos pero pegajosos (les decíamos, “los coritos”)… la música de uno de ellos empezó a sonar en mi mente…:

♫ ♪ “Porque una mirada de fe, es la que puede salvar al pecador…una mirada de fe, una mirada de fe es la que puede…” ♪ ♫

Las lágrimas salían de mis ojos, pero no encontraban lugar por donde salir. Vi en mi mente a mi papá con su camisa blanca. Su corbata negra. Su Biblia, tremenda Biblia con la que me sonó en la cabeza varias veces. Pude recordar su voz diciéndome que SOLO CRISTO PODÍA SALVAR. Era como si estuviera yendo hacia atrás en el tiempo. Vino a mi mente la voz de Teresita, la maestra de escuela dominical, cuando yo tenía 6 o 7 años. Aquella clase que nos dió: “Alejados de Jesús nos secaremos como se seca una rama cuando la cortas del árbol”…y luego sacó su ramita seca y se la mostró a los niños….una bella sensación llenó mi ser. Era como si volviera a ser niño a los 71 años.

 

CONTINÚA, SE ACERCA EL DESENLACE “DIOS, PERDONAME…”

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